
Si fuéramos insectos que habitamos en el Trópico, estaríamos desde ya levantando nuestras pancartas en contra de la emisión de CO2 y exigiríamos una urgente promulgación de políticas internacionales tendientes a frenar el calentamiento global.
Los insectos, a diferencia de los mamíferos, poseen sangre fría. Esto es, carecen de procesos internos que les permitan regular por sí mismos su temperatura corporal. Un insecto se pondrá al sol cuando su sangre se enfría y a la sombra cuando se calienta demasiado.
Los insectos que habitan cerca del Trópico se encuentran a una temperatura muy cercana a su óptimo. De aumentar las temperaturas en 5,4 grados en esas zonas como se prevé para el año 2100, las especies de insectos que no logren adaptarse tenderán a desaparecer.
Muy por el contrario, las que viven en zonas alejadas del Ecuador, tenderán a incrementar su número dadas las condiciones de vida más favorable.
Si cambian los insectos, de seguro se verá afectada la flora local, puesto que muchas veces, son insectos específicos los que polinizan determinadas flores para que ciertas especies vegetales se desarrollen. Sin esos insectos, muchos tipos de plantas irían rumbo a una rápida extensión.
El cambio climático es, sin lugar a dudas, un reto que la humanidad debe comenzar a tomarse en serio, antes de que sea demasiado tarde… Si es que ya no lo es.
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